“El respeto al derecho ajeno es la paz”. Esta frase célebre de Benito Juárez, enunciada el 15 de julio de 1867, es una verdad evidente que adquiere fuerza cada día más en todas partes del mundo. En nuestras redes sociales se ha hecho viral uno o dos videos que recogen algunas imágenes de un lamentable incidente producido entre una fiscal y un agente de la Autoridad Metropolitana del Transporte (AMET), en torno al caso, son distintas las opiniones emitidas por la sociedad.
Es de sabios reconocer que el derecho de los demás inicia cuando termina el nuestro o viceversa. Las imágenes de los videos publicados sugieren que de parte de ambos actores involucrados en el mencionado hecho hubo excesos de autoridad y falta de prudencia para el manejo colectivo de la situación. Es importante saber aplicar el arte de la prudencia y bien manejar la inteligencia emocional por parte de los ciudadanos y las autoridades. El buen manejo nos puede ayudar a solucionar conflictos y situaciones que al momento de producirse, pudiendo tener una solución inmediata, debido a actitudes imprudentes y comportamientos conductuales inadecuados se convierten en reales problemas personales, sobrepasando las leyes y jurisdicciones, terminando muchas veces hasta con la muerte de una o varias personas involucradas en los hechos.
La fiscal Sourelly Jáquez, cometió una violación de transito al subir su vehículo sobre una acera, en momentos en que visitaba un salón de belleza en una plaza de la capital. El agente de la AMET, Richardson Sabá Núñez, en el cumplimiento de su deber, le pide a la magistrada que le muestre su licencia de conducir para proceder a multarla por la violación a la Ley de Transito, a lo que la infractora se negó rotundamente y respondió con arrogancia y prepotencia porque ella es una fiscal. El agente policial, con 23 años de edad, de precaria educación, tal vez un iletrado funcional, como abundan muchos en nuestro país y de distintos extractos sociales, grababa con su celular todo cuanto ocurría en aquel lugar. La señora Jáquez, que no quería ser grabada, le fue encima al joven Amet como si ella fuera todo “un macho de mujer”, y este, de manera arbitraria y cargado de su brío varonil, para evitar que ella le arrebatase su teléfono le da tremendo empujón que la tira al piso. Así fueron los hechos. Las imágenes hablan por sí solas.
Muchas enseñanzas nos deja esta historia. Lo primero es que el hecho trasciende porque se trata de una fiscal. La sociedad dominicana vive a diario estos excesos de autoridad por parte de los policías de la Amet. Las redes están llenas de videos donde estos agentes llamados a velar por el controlar del tránsito, se convierten a verdaderos abusadores, infractores de su propia Ley, trasladándose tres en un motor y transitando por túneles y elevados sin que nada ni nadie los pueda detener. Agentes de Amet que golpean entre dos, tres y hasta cuatro a un solo ciudadano o ciudadana. Los Amet son famosos dando macanazos y trompadas por las caras a los conductores.
Sobre el caso particular de la fiscal Sourelly Jáquez, es importante precisar algunos aspectos de suma importancia. Negarse a entregar su licencia de conducir aludiendo que ella es una fiscal, nos traslada a la época del jefe, donde el imperio de la Ley tenía sus límites y su aplicación era selectiva y focalizada. La autoridad de la fiscal está limitada a los tribunales, a esos escenarios donde el Ministerio Público le asigna para actuar en el ejercicio de sus funciones. Otro alegato al que apeló la fiscal Sourelly, es que ella es una mujer cristiana. La fe y la devoción cristiana son abstractas, se llevan en el interior de cada persona y se profesan con los hechos prácticos y conductuales; jamás se deben vociferar con fines mercadológicos o usar para engatusar o chantajear a nuestros interlocutores. A saber, el caso en cuestión era de simple violación a la Ley tránsito. No se trataba de una definición de concepción religiosa ni mucho menos sobre un tema relacionado con sus funciones de fiscal.
Por: Jesús Belén de la Cruz