A veces la guerra está justificada para conseguir la paz. Aunque parezca paradójico, estas palabras fueron pronunciadas por el Presidente estadounidense Barak Obama al momento de recibir el “Premio Nobel de la Paz” con apenas nueve meses de haber asumido el poder en los Estados unidos. Según el Comité Noruego del Premio Nobel, Obama había hecho a la sazón “extraordinarios esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos”. Diversos filósofos a través del tiempo han defendido el criterio o la “Teoría de la Guerra justa”. En ese exquisito menú tenemos clásicos extraordinarios de la talla de Heráclito, pasando por Platón y Aristóteles hasta llegar a los pensadores más contemporáneos como Bobbio, John Ford, Luigi Ferrajoli e incluso el mismo Michael Walzer, uno de los expertos en Filosofía Política más importantes de Estados Unidos en la actualidad.
Los marxistas y abanderados del socialismo clásico han defendido y justificado el uso de la violencia revolucionaria para lograr sacar a los pueblos del mundo de la opresión y del dominio de la burguesa sobre la clase obrera. Los libertadores latinoamericanos como nuestros padres de la patria, Duarte, Sánchez, Mella y Luperón así lo entendieron. Solo con el uso de la violencia justificada pudieron liberarnos del yugo opresor. Cuando en su momento a Simón Bolívar, el Libertador de Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador y Panamá, le dijeron que había que “arreglar” la situación con España con calma y “sin violencia”, este dijo de manera clara: ¿Es que acaso trescientos años de calma no han sido suficientes? Como podemos apreciar, el uso de la guerra y la violencia tiene su espacio, su momento y hasta sus motivos o circunstancias.
En la República de Colombia, en 1948 se dio origen a una época de revueltas y desorden social conocida como “El bogotazo”. El asesinato del líder liberal Gaitán, en ese momento, provocó que la violencia se extendiera por todo el país y comenzó así una guerra civil bipartidista entre conservadores y liberales. Paralelamente se formaron grupos de guerrillas dirigidos por liberales radicales y movimientos de izquierda, los que mayoritariamente estaban integrados por campesinos rebeldes.
En 1953 el general Rojas Pinilla produce un golpe de Estado y con el supuesto de acabar con la violencia llama a rendirse a los grupos guerrilleros en armas. Algunos guerrilleros fueron desmovilizados atendiendo al llamado del general golpista, pero la gran mayoría, sobre todo los orientados por los marxistas radicales, arreciaron los combates, alegando que al tiempo que el gobierno de facto les pedía paz, los asediaban con ataques feroces con el apoyo de los Estados Unidos.
Entre 1956 y 1958 liberales y conservadores llegan a un acuerdo de paz sectorial estableciendo un régimen conjunto, definiéndolo como Frente Nacional. Este nuevo Gobierno de Unidad Nacional se compromete rápidamente a aceptar las políticas y lineamientos de EE.UU. y se opone a todo tipo de influencia Marxista o comunista. Al inicio de la década de 1960 el ejército gubernamental arremete ferozmente contra las guerrillas y las hace huir hacia las selvas del sur del país, haciéndolas con estos ataques cada día más fuertes y radicales. Así, en 1966 Manuel Marulanda Vélez, mejor conocido como “Tirofijo”, forma las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) como brazo armado del partido comunista de Colombia, las que comandó desde su creación hasta el día de su muerte, el 26 de marzo de 2008. A casi 70 años de combates e intransigencias entre ambas partes el pueblo colombiano y el mundo reclaman ya de un verdadero acuerdo paz entre el gobierno de Colombia y las FARC.
En la actualidad, el Congreso colombiano autorizó al presidente Juan Manuel Santos para que convoque el próximo 2 de octubre el plebiscito para refrendar el acuerdo de paz rubricado en Cuba con las FARC, hace dos semanas. En la plenaria de la Cámara 127 parlamentarios votaron afirmativamente mientras que 15 lo hicieron en contra, en tanto que la petición del presidente tuvo en la plenaria del Senado 68 votos afirmativos y 21 votos negativos. Con esta aprobación, el presidente Santos tiene la potestad para convocar al plebiscito del que no se conoce todavía cuál será la pregunta que se les hará a los colombianos. Aun así, podemos afirmar que se está ganando la batalla a la guerra y la violencia; y les estamos sumando puntos a la vida y a la paz.
El presidente Juan Manuel Santos está comprometido con garantizar la paz con las guerrillas colombianas. Con este compromiso ganó su reelección presidencial y el pueblo de Colombia espera el cumplimiento de su promesa, para la tranquilidad y la armonía de todos y todas los colombianos. Si falla este acuerdo de paz, más le vale a Santos presentar su renuncia inmediata y sufrir la pena de haber perdido por partida doble. Como poco, pedir perdón y arrodillarse derrotado ante ese pueblo que lo apoyó con el propósito y el compromiso de que él les garantizaría el fin de esta guerra, que más que lucha revolucionaria se ha convertido en un sin sentido para la sociedad colombiana.
Por: Jesús Belén de la Cruz