Opiniones

La brevedad de la vida y la trascendencia del tiempo

Compartir Publicación

Por: José Rafael Padilla Meléndez

El tiempo, aunque breve, puede ser infinito cuando se vive con propósito. La vida es, en esencia, un suspiro. Breve, efímera, casi imperceptible cuando se mide en la vastedad del tiempo universal. Sin embargo, dentro de ese corto tramo que llamamos existencia, algunos seres humanos son capaces de transformar su paso por el mundo en una huella indeleble, mientras otros, teniendo las mismas oportunidades, apenas logran dejar un rastro visible en la arena del tiempo.

Lucio Anneo Séneca, llamado Séneca el Joven para distinguirlo de su padre, fue un filósofo, político, orador y escritor romano conocido por sus obras de carácter moral.

El filósofo romano Séneca, en su célebre obra De la brevedad de la vida, nos advirtió que “no es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho”. Esa sentencia, pronunciada hace más de dos mil años, conserva una vigencia impresionante. Nos recuerda que el tiempo no es un enemigo que se escapa, sino un tesoro que malgastamos por decisión o por falta de propósito.

Hay quienes, en el escaso parpadeo de su paso terrenal, consiguen reconfigurar el orden del planeta, alterar el rumbo de la historia y redirigir el constructo social. Jesucristo, con apenas 33 años, cambió el sentido espiritual de la humanidad. Simón Bolívar, con poco más de cuarenta, liberó naciones enteras. Ana Frank, con tan solo quince años, escribió un testimonio que conmovió y sigue conmoviendo al mundo. Cada uno, en su contexto y desde su tiempo, comprendió la grandeza que encierra cada instante vivido con propósito.

En contraposición, hay quienes, aun teniendo todas las condiciones a su favor salud, educación, recursos, oportunidades, dejan que los días pasen sin producir un eco en la historia. Viven como si fueran eternos, ignorando que la vida, como decía Montaigne, “no consiste en el número de años, sino en el uso que de ellos se hace”. Son los intrascendentes del tiempo: los que caminan sin rumbo ni legado, los que pasan sin haber vivido realmente.

El tiempo es oro, reza el adagio popular. Pero es un oro que no se guarda ni se acumula: solo se invierte. Quien lo gasta con sabiduría, lo convierte en memoria, en obra, en servicio, en arte, en justicia o en amor. Quien lo desperdicia, lo convierte en vacío. Y ese vacío no solo consume su existencia, sino que priva al mundo de su posible contribución.

Por eso, cada día, cada hora, cada segundo, se convierte en una oportunidad irrepetible para edificar sentido. Vivir es, en última instancia, un acto de conciencia. Y solo quien asume esa conciencia comprende que el reloj no marca la muerte, sino la posibilidad constante de vivir mejor, de dejar algo más grande que uno mismo.

Pablo Neruda, seudónimo y posterior nombre legal de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, fue un poeta y político chileno.

Como dijera el poeta Pablo Neruda en su conmovedora confesión final: “Confieso que he vivido”. Esa frase encierra toda una filosofía de plenitud: no basta con existir, hay que vivir intensamente, crear, sentir, servir, amar, trascender.

La vida, por corta que sea, puede ser inmensa si se vive con propósito. El tiempo, aunque fugaz, se multiplica cuando se emplea en causas que perduran más allá del cuerpo y del calendario. Quizás de eso se trate, finalmente, la grandeza humana: de que, aun siendo pasajeros, logremos que nuestro paso deje señales que orienten el porvenir.

Decía Benjamín Franklin que “el tiempo es el material del que está hecha la vida”. Y tenía razón. El secreto no está en tener más años, sino en dar más vida a los años que tenemos. Cada amanecer nos recuerda que el reloj avanza, pero también que aún hay tiempo para transformar, para amar, para servir, para crear. Porque la vida, aunque breve como un soplo se hace eterna en la memoria de quienes supieron aprovecharla.

Prof. José Rafael Padilla Meléndez

El autor es docente y analista político.

Golden Fish Pescaderia
[poll id="2"]

Leave a Comment

You may also like