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Por Felipe Castro

El biólogo y naturalista francés, Jean-Baptiste Lamarck, dijo: “la necesidad crea los órganos y su función los desarrolla”. Asimismo, hay un principio jurídico en el Derecho Anglosajón, denominado “the common Law”, donde se establece que, “para impartir justicia los precedentes de los usos y costumbres, son fuentes fundamentales del Derecho”.

Es costumbre, hecha código de ley, que los legatarios del poder, de este país, consuetudinariamente desnaturalizan el espíritu de la majestad de la función pública, cuya esencia es partir de lo particular a lo general, es decir, elegir para servir y no servirse de su elección.

Desgraciadamente, en sociedades como la nuestra, la idea de cambio es una ilusión, un sueño con rango de utopía, en virtud de que, para alcanzarlo, lo primero que hay que hacer es, ser respetuoso de la Constitución, las leyes y sus principios, iconos estos, inobservados por los prospectos que aspiran llegar a cualquier función Pública.

El mejor ejemplo de lo establecido anteriormente, es el triste y nefasto espectáculo exhibido con la desesperada carrera por la candidatura presidencial, llevada a cabo antes de tiempo por “los potros” del Partido Revolucionario Moderno (PRM), a menos de un año de las elecciones del 2024, violando el periodo constitucional de apertura de las elecciones y el legajo piramidal de leyes que rigen la materia.

Resistirse al cambio existencial es contranatural, el cambio es una locomotora que evoluciona en termino biológico cada micro segundo, pero el cambio social es como un suero de mercurio, drenado por venas extremadamente angostas, cuya fluidez es tan resistente como la voluntad de quienes los prometen mientras están abajo y lo torpedean cuando están arriba. Clásica paradoja de la vida.

En esa misma virtud, se ha convertido en costumbre inmutable el desacato de sentencias de quienes ostentan poder, tanto público como privado, lo que se traduce en una vergüenza, ya que nos auto denominamos como una sociedad ranqueada y civilizada; pero mas bien nos podemos percibir como una sociedad  tratada al estilo de una monarquía ilustrada.

Mientras nos mantengamos como sociedad alejado del elemento deontológico, génesis de la ética y la verdad, como guía a un cambio de paradigma, que no admita inequidad, ni los desafueros de aquellos mortales que se creen importados del Olimpos, cuyas ambiciones de poder son de texturas tan rígidas, que para lograrlo, lo hacen a base de mentiras.

Sin embargo, no se percatan de que, la verdad y la ética son elementos subversivos a sus intereses; la primera, según René Descartes, es clara y distinta, y se alcanza mediante el uso de la razón y el pensamiento crítico. En tanto que, la segunda se ocupa de regular los deberes, traduciéndolos en preceptos, normas morales y reglas de conducta, dejando fuera de su ámbito especifico de interés de otros aspectos de la moral.

Para alcanzar la verdad, dudo con dureza de lo intangible que provoque mi intranquilidad, creo en los susurros con olor a realidad. Dudo de la retórica infinita que le saca gabela a la verdad. Lloro frente a la mentira investida de versatilidad nacida para proyectar la falsa realidad propalada por quien carece de sensibilidad. Dudo de aquellos “exotéricos” que con bombos y platillos deslucen sus bondades. Sin embargo, creo en los “esotéricos” que ocultan lo que da ungido de un corazón preñado de bondad.

Los políticos mienten para llegar al poder y para lograr cosas por su ambición natural. Mienten los empresarios para sacarle provecho a la vida de los demás. Dudo, también, del empresario por negociar con la mentira, para engrasar su capital, menoscabando la vida. Miente la Elite social para proteger a sus iguales frente a los sufridos que les ocasionaron algún mal. La duda es el vector, trayecto y guía más expedita para alcanzar la verdad,

Lic. Felipe Castro

felipecastro@gmail.com

El autor es abogado y analista político.

 

 

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