Por: Harry Ortiz (El Hombre Cine)
Productor – Guionista y Conductor Cinematográfico
Entre los hábitos, que forzosamente hemos perdido, es el de ir al cine. Aunque tenemos acceso a muchas películas por diferentes plataformas, ir a una sala de cine y ver en pantalla gigante una buena película es algo inigualable.
Casos extraordinarios como el de una pandemia, ayudan a valorar las cosas rutinarias y sencillas como las de ir al cine.
La obsesión de saber cuáles son los últimos efectos visuales; enterarse de cuál es la película más taquillera de verano; o ser parte de la manada que asistió al cine y ver como un record de asistencia se ha roto, es para muchos un gran orgullo.
La verdad que ir al cine tiene su magia. Salir de la casa, ir con la familia, amigos o quizás con la futura esposa, aún tiene su antiguo magnetismo. Hacer fila y ordenar palomitas, refresco, hot dog, chocolates o Nachos con queso, sigue siendo una sana diversión.
Por eso es que después que pase todo esto, que colguemos nuestras mascarillas en el closet y salgamos libremente a las calles, lo primero que haremos es planchar el dominguero y arrancar en dos gomas para el cine.
Tenemos un déficit en nuestras vidas, y es el de pasar la noche de un día cualquiera en una oscura sala, masticando cantidades desmedidas de palomitas.
Necesitamos comentar las escenas y sentirnos expertos con nuestros cometarios, tropezar en medio de la oscuridad buscando un asiento vacío y más que nada; extrañamos mandar a callar a aquellos que se pasan de contentos y amenazan con estropear el momento.
El cine tiene su magia, pero somos nosotros los que aportamos con nuestra asistencia, el mayor valor a las películas.
