Por Felipe Castro
La intriga es parte de la miseria humana. Es una condición propia de la habilidad de disentimiento del hombre, aplicada a su semejante, con el fin de alcanzar un propósito, sin importar el mérito, condición de cercanía, lazos de amistad o familiaridad de la víctima frente al receptor investido de poder. Es la más burda de las manipulaciones, propia de políticos de doble fachada, que en su práctica simulan preocuparse por los mejores valores; pero que, en su esencia intrínseca son verdaderos sepulcros blanqueados.
Farsear verdades, es propio de la avaricia de personas que, aun manejando poder, se sienten un vacío de insatisfacción, por el hecho de que uno de su semejante maneje con eficiencia una cuota de poder conferido por una majestad suprema.

Cuenta un relato bíblico, que hubo un gobernante medo que conquistó Babilonia, llamado Darío, quien colocó a un profeta, llamado Daniel, como uno de sus tres gobernadores, con la intención de hacerlo el principal del reino. Sin embargo, envidiosos, los otros gobernadores engañaron al Rey Darío para que firmara un decreto que prohibía orar a cualquier dios u hombre que no fuera el rey durante treinta días, con la intención de acusar a Daniel. Pero Daniel, al seguir orando a Dios, fue arrojado al foso de los leones, sin embargo, Dios lo protegió, y el rey Darío, al ver esto, castigó a los acusadores y proclamó la adoración al Dios de Daniel en todo su reino.
Ese deseo amargo y falta de satisfacción conduce a cierto individuo a completar contra su semejante la mayoría de las veces por la atención y privilegio de poder y otras veces por llenar el vacío existencial de un ego personal.

Joseph Fouché (31 de mayo de 1759-26 de diciembre de 1820), fue un político francés que ejerció su poder durante la Revolución francesa, el imperio napoleónico y la Restauración borbónica en Francia.
La manipulación fundamentada en la intriga es una condición propia de los círculos del poder, cuyo máximo exponente en la historia de las ideas política lo fue el genio tenebroso; Joseph Fouché, quien, en su carrera política, en los albores de la revolución francesa, se caracterizó, sobre todo, por su habilidad para asegurarse su propia supervivencia y por mantenerse a flote a toda costa, independientemente de quien ocupe el poder; además de su desmedida ambición. Audaz, frío, ambiguo, impenetrable, Fouché no tenía personalidad, pero si una gran habilidad para manipular con el fin de lograr su propósito.
De los actos de la vida humana la manipulación es el mas perverso, es carente de piedad, puesto que los que se sumergen en dicha practica, abusando del respeto y confianza del que tiene poder. Por esa condición, lo ponen a actuar como títere constituyéndose el manipulador en titiritero. El infortunio de ese daño causado por este acto es inevitable contemporáneamente. Solo el paso del tiempo resarce a la víctima, cuyo apremio para el victimario es el desvelamiento de su intriga por el paso del tiempo.

Por Felipe Castro.
El autor es abogado y analista político.
