Opiniones

Pelirroja

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Quizá no sería descabellado comenzar a escribir ‘whatsapps’ siguiendo los preceptos de la Real Academia.

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La incorporación de la pelirroja en el universo emoji suscita preguntas. Yo había percibido en los códigos del WhatsApp una preferencia por el amor frente al odio; deportes frente a artes; profesiones medias o espectaculares frente a oficios de clase obrera: astronautas, cantantes de pop-rock o zombis son porcentualmente más visibles que mecánicos y agricultoras. No hay cajeras de supermercado ni kellys. Es curiosa la obsesión por los emoticonos de comidas, campo semántico de gran protagonismo en nuestro tiempo. ¿De dónde proviene ese afán por la representación del sashimi, donuts rosados, lechugas o patas de cerdo asadas que no son jamones? La comida pintada tiene algo inquietante, pero además ¿por qué comidas y no monumentos?, ¿por qué la pata de cerdo que no es jamón? Estas selecciones trazan el mapa del ciberfetiche, la pseudointerculturalidad y el papanatismo futurista. El futuro ya está aquí y es superchorra. Pese a la complejidad supuestamente democrática en los procesos de selección de los emoticonos, siempre ganan los mismos. Yo soy una incoherente —pero limpia y muy honrada— y me encanta escribir mensajes de WhatsApp: no redacto epístolas morales a Fabio con ortografía impoluta, sino que utilizo la voltereta lateral de la gimnasta —también el solomillo— para expresar alegría, o la pierna flexionada como invitación a la sensualidad y al placer. La halterófila habla de mis esfuerzos laborales. Los iconos del pensamiento positivo me incitan a sentir amor extremo por las personas con quienes intercambio mensajes: es tan fácil amar así… Quizá no sería descabellado comenzar a escribir whatsapps siguiendo los preceptos de la Real Academia y novelas emoticónicas. Quizá esta contractura disolvería nuestra civilización.

Soy adepta a medir los versos, los artificios camp, los rabillos de los ojos de los setenta, la farmacopea y los robots en las operaciones de próstata: no quiero que se me malinterprete. Porque hoy mi desconcierto parte de la pelirroja que se despliega en el cuadro de mandos del smartphone con la tez amarillenta, blanca, mulata, negra. Las variedades mestizas del emoji pelirrojo, sus inquietantes posibilidades fantásticas, habitan las calles gracias a los tintes, pelucas o maquillajes, y me llevan a experimentar una desazón ética que oscila entre la necesidad de proteger a las personas albinas perseguidas y la desazón de transformar la propia anatomía con retorcimientos que rozan lo patológico. Pienso en el hombre gato, las adicciones quirúrgicas, el límite que separa pintalabios de bisturíes, los cánones y la violencia —cultural y económica— que entraña elegir un cuerpo para la foto: echen un vistazo a las parodias de Celeste Barber cuyo objetivo son los posados de Instagram. El cuerpo se clavetea para la foto, duele y, en esa búsqueda de sentirnos bien, nos sentimos fatal vendiendo joie de vivre. Creo que una operación de cambio de sexo es sustancialmente diferente del culo hipertrofiado de Kim Kardashian. Pienso en el origen de nuestros deseos y las necesidades creadas por los intereses económicos. El respeto a la diversidad, traducido en la corrección política del emoji, puede ser un modo epidérmico de no discriminación, pero también una engañifa que incite a creer que la felicidad se reparte igual en todo el planeta y que en la ortopedia reside parte de esa felicidad. Hay un problema ético y social profundo, no solo de libertades individuales, en la presuposición falsa de un bienestar globalizado. También en la decisión de sacarse un ojo sano para sustituirlo por uno de cristal.

Fuente: El País/Marta Sanz

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