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El “Sermón de las Siete Palabras” ha sido el principal desahogo de la Iglesia Católica sobre los males afectan al país

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SANTO DOMINGO. -La interpretación de las siete palabras pronunciada por Cristo crucificado antes de morir, se ha constituye en el espacio amas idóneo para que la Iglesia Católica aborde los principales males del país y alertar sobre la necesidad de preservar los valores espirituales y cristiano de la sociedad dominicana.

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Este “Sermón de las siete palabras” se sustenta en cada una de las expresiones de Jesús antes de morir.

He aquí cda una de ellas con su significado:
1- “Padre, perdónalos, porque no Saben lo que hacen.”(Lc.23,34).

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Aquí en su primera palabra Jesús estaba orando con la oración que a nosotros nos enseñó y practicando lo que tantas veces había predicado: “Amad a vuestro enemigos, haced el bien a los que os odian” (Lc.6, 27-35).

Jesús aprovechaba sus últimos minutos de vida para recordarnos esa oración apelando al corazón de Dios que Él conocía mejor que nadie: “Padre, perdónalos”. Jesús toca al corazón de Dios, al misterio insondable de su paternidad, a su amor gratuito, absoluto.

La oración se ofreció para quienes eran culpables de darle muerte. Puede interpretarse como dirigida a los judíos, a los soldados romanos (que en el final de ese versículo aparecen jugándose su túnica a los dados), a ambos o, genéricamente, a la humanidad entera.

2- “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc.23,43).

Es la respuesta de Cristo a la súplica «acuérdate de mí, cuando vengas en tu reino» del ladrón arrepentido. Con ello se interpreta que le asegura la salvación sin que para ello haya obstáculo en sus pecados anteriores, por la fe que ha puesto en Jesucristo.

3- “Mujer, ahí tienes a tu Hijo… Hijo, Ahí tienes a tu madre” (Jn. 19, 26).

Una primera señalización que ve este pasaje en sentido ético y social es: Cristo entregó el cuidado de su madre al discípulo amado, cumpliendo un elemental deber filial. Se ve la enseñanza de atender «las cosas del reino» (a las que es enviado Juan), sin desatender las responsabilidades asignadas desde antes; si amamos a Dios, amamos a nuestro prójimo y le atendemos, pero primeramente lo haremos con los más cercanos.

En Jesús descansaba el deber de cuidar a su madre, que se supone viuda en esos momentos. Si no tenía otros hijos (la problemática existencia o ausencia de hermanos de Jesús), se entiende que su único hijo la encomiende al discípulo amado, dándosela por madre. Este acto recíproco se interpreta como demostración de que no sólo hay que recibir amor, sino saber darlo sin importar las circunstancias.

4- “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” (Mc. 15, 34).

Según la interpretación tradicional, Jesús estaría recitando el Salmo 22, que empieza precisamente por esas palabras. Para la teología Jesús se ha entregado libremente al sacrificio por la humanidad, y en su naturaleza humana se siente abandonado, como había expresado en Getsemaní. Él es el Siervo Sufriente de Dios, pero finalmente acepta el sacrificio vicario para con la humanidad. El sufrimiento de Cristo simboliza también el sufrimiento del ser humano aún en la mayor de la fe.

5- “Tengo sed” (Jn. 19,28).

Se interpreta como expresión de dos tipos de ansia de Cristo en la cruz. En primer término, de la sed fisiológica, uno de los mayores tormentos de los crucificados. En sentido alegórico, como la sed espiritual de Cristo de consumar la redención para la salvación de todos. Cuadra con la estructura del cuarto evangelio, y evoca la sed espiritual que Cristo experimentó junto al pozo de la samaritana.

6- “Todo está consumado, todo está cumplido” (Jn. 19, 30).

Se puede interpretar como la proclamación en boca de Cristo del cumplimiento perfecto de la Sagrada Escritura en su persona. Esta palabra pone de manifiesto que Jesús era consciente de que había cumplido hasta el último detalle su misión redentora y la culminación del programa de su vida: cumplir la Escritura haciendo siempre la voluntad del Padre. Más que una palabra de agonía, es de victoria, «todo está concluido».

7- “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc.23,46). Es la última frase que se atribuye a Jesucristo, y se interpreta como un ejemplo de la confianza que debe tener un cristiano ante la entrada en el mundo espiritual.

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