Opiniones

Una marea verde recorre Europa

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Los Verdes dieron el aldabonazo en las elecciones de Baviera. El 14-O se auparon a segundos. La democracia cristiana declinó. La socialdemocracia quedó malherida. Y el populismo facha solo bordeó el 10%.

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Subido a la marea de ese éxito en el corazón reaccionario del continente, el Partido Verde Europeo se apresta a consagrarse en las elecciones de mayo al Parlamento de la UE como apuesta creíble, pilar del sistema (de aroma antisistémico) y opción progresista verosímil. Si lo logra, el mapa partidista de la Unión pasará del bipartidismo imperfecto (conservadores y socialistas, con complemento liberal) al cuatripartidismo ya instalado en lugares como España. En este caso, PP, PS, liberales y verdes.

Dispone de una baza eficaz. Su tarjeta de presentación ideológica es suave, no ofende, es interclasista: el medio ambiente es causa que no suscita enemistades. Permite ser progre sin pagar los peajes viejunos de los partidos progres tradicionales: más aún si se les añade un programa social digerible (empujado por socios hijos del rojerío, como Iniciativa per Catalunya). Y ser centrista más a la derecha sin sentirse vasallo del Capital.

Su otra baza es el nuevo liderazgo generacional, una vez agotada la quinta del 68 de los Joschka Fischer y Dani Cohn-Bendit. Haber moderado el pasado fin de semana, en Berlín, el debate entre los aspirantes a candidato a presidir la Comisión te da alguna clave testimonial. Esta es gente preparada, debate en perfecto inglés, es cosmopolita. Goza aún del privilegio de lo novedoso, pero exhibe ya espolones de capacidad maniobrera.

Los dos aspirantes elegidos por los delegados son la (repetidora) alemana Ska Keller y el (torrencial) holandés Bas Eickhout. Ella, verde-verde, pulida, eficaz, depositaria de la tradición izquierdista; él, ambicioso, avasallador macho alfa (así se lo espetó la presidenta del partido, Monica Frassoni), orador de impacto.

Ambos son radicales ambientalistas. Aceptan que el sector público cofinancie la transición ecológica (en el automóvil, los trenes, las renovables), pero solo si las empresas aceptan a cambio la preeminencia directora del poder político. Amparan un programa social, pero moderado, más de salario e ingresos mínimos que de renta universal. Y desechan componendas con el iliberalismo, apoyan sanciones económicas automáticas a los Gobiernos que violen los derechos humanos.

En la Europa rica y menos desigual, sobre todo, soplan vientos a su favor.

Fuente: El País/ Xavier Vidal

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