Momentos antes de entrar el pasado jueves en prisión, Rodrigo Rato pidió perdón “a la sociedad y a aquellas personas que se hayan podido sentir decepcionadas”. El mismo día, el presidente del Tribunal Supremo pidió perdón por la gestión que el organismo ha hecho de la sentencia sobre el impuesto a las hipotecas. Pocas fechas antes, el cantante Dani Martín pidió perdón durante un programa de entrevistas por el doblaje que había realizado en una película estrenada en 2003. Aitana, una participante en Operación Triunfo, pidió perdón el mes pasado tras una desafortunada actuación en directo. En agosto, la escudería Yamaha pedía perdón por la poca potencia de sus motos en los entrenamientos de un Gran Premio. Por las mismas fechas, el entrenador Marcelo Bielsa pedía perdón en público al futbolista Hernán Crespo por haberle mentido… hace 20 años.
Son seis episodios en los que una persona o un grupo se arrepiente en público de lo que ha hecho y solicita a quienes le escuchan que le perdonen. Pero reaccionamos de manera diferente ante cada uno de ellos. Es lógico. No es lo mismo si uno está a punto de firmar una hipoteca que si la ha pagado o que, lo más probable en estos tiempos, jamás reunirá las condiciones para que le concedan una. O si ha resultado afectado directamente por la crisis de Bankia. Indirectamente, todos los contribuyentes somos afectados. Lo de Dani Martín es cierto, pero la película no era para tanto. En cuanto a lo de Bielsa es casi tan indescifrable como lo de los japoneses con sus motos.
Es decir, en una sociedad donde nos estamos acostumbrando a exigir a los demás que nos pidan perdón —en ocasiones con justicia, a menudo disparatadamente— de manera frecuente nos olvidamos de que la cosa tiene una segunda parte. La petición de perdón debe ser sincera, pero igualmente debe serlo la voluntad de concederlo. Exigir que nos pidan perdón sin intención alguna de perdonar son ganas de humillar, y para ese viaje es mejor que no haya disculpa alguna. El perdón es, probablemente, uno de los mayores, más serios y más difíciles actos de generosidad del ser humano. No confundamos; el perdón no es un aquí no ha pasado nada ni una fórmula vacía, pero sobre todo tampoco es justo.
Para bailar un tango hacen falta dos. Y para que el perdón exista, también.
Fuente: El País/Jorge Marirrodriga