Por: Juan Belén
La migración es un fenómeno histórico que trasciende fronteras, impulsado por la búsqueda de seguridad, mejores condiciones de vida y oportunidades. En América Latina, esta realidad está profundamente ligada a desigualdades estructurales. En este contexto, las políticas migratorias de Donald Trump y Joe Biden han tenido impactos directos en la vida de millones de latinos, exponiendo una crisis que carece de soluciones estructurales.
Durante su gobierno, Trump adoptó un enfoque rígido y controvertido. Su política de “tolerancia cero” y la construcción del muro fronterizo priorizaron la seguridad y el empleo estadounidense, pero a un alto costo social. Estas medidas fomentaron una retórica antiinmigrante que intensificó el miedo en comunidades vulnerables, mientras que sectores como la agricultura, dependientes de la mano de obra migrante, enfrentaron desafíos significativos.
Por su parte, Biden prometió un enfoque más humanitario, revirtiendo varias de las políticas de Trump. Sin embargo, la percepción de “fronteras abiertas” y la incapacidad de manejar la crisis en la frontera sur han generado críticas tanto de opositores como de grupos pro derechos humanos. Aunque intentó equilibrar control y empatía, su administración no ha logrado implementar reformas estructurales que satisfagan las expectativas de las comunidades latinas.
La raíz del problema, sin embargo, no está en las políticas estadounidenses, sino en la incapacidad de los gobiernos latinoamericanos para abordar las causas de la migración: pobreza, violencia y falta de oportunidades. Según Haroldo Dilla Alfonso, vivimos en un mundo global profundamente desigual, donde unos nacen con privilegios legales y otros con estatus que los condenan a la pobreza y vulnerabilidad.
Sin un enfoque integral y regional que involucre tanto a Estados Unidos como a los países emisores, la migración seguirá siendo un fenómeno gestionado de manera reactiva. Los líderes latinoamericanos deben asumir su responsabilidad, generando condiciones que reduzcan la necesidad de emigrar. De lo contrario, la región continuará pagando un alto costo social al exportar su talento humano.
El debate sigue abierto, pero la inacción de los gobiernos indica una falta de voluntad para trascender la retórica y abordar soluciones reales. ¿Estamos condenados a repetir este ciclo? Hasta ahora, los hechos sugieren que sí.
Por Juan Belén
Psicólogo, Consultor y Analista Político
