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Europa, freno y marcha atrás

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La sucesión acumulada de percances europeos, desde el‘Brexit’ a las reticencias italianas dirigidas por el movimiento 5 Estrellas y la Liga indica, y así quedará probablemente en cuadernos de historia, la extrema dificultyad de crear un espacio político común cuando se parte de Estados constituidos, todos con diferente capacidad económica, intereses en demasiados casos divergentes y tácticas distintas de gestionar el propio electorado. Cuando se da por cierto que la mejora manera de construir Europa es“más Europa” se cabalga sobre una concepción demasiado vaga y abstracta para el común de los ciudadanos de lo que es y debe ser Europa, se mercadea con el principio de que al final de un proceso Europa se aparecerá a un Estado, quizá confederal y se recurre a la esperanza legítima, pero inquietante, de que una mentira a corto plazo pueda ser una verdad a largo plazo. Londres y Roma confirman no solo que el futuro de Europa no está asegurado (ni el de la UE niel de nadie) sino que los intereses contrapuestos, incluso las ideas falsas ssobre tales intereses, tendrán durante mucho tiempo un peso decisivo sobre el llamado proceso de construcción europea.

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La Cumbre del euro de esta semana transmite otra lección: los procesos de unificación económica van siempre más lentos de lo que se desea o se necesita, pero son lo suficientemente vistosos como para mantener el optimismo. Es una cualidad weberiana poco apreciada, pero mitiga la frustración al tiempo que permite a los Estados mayores modular o retrasar las decisiones constitutivas de un espacio económico común. Las reformas planteadas en la Cumbre responden punto por punto a lo que cabe esperar de este mecanismo de avance refrenado. Respaldo fiscal para el Fondo de Resolución Bancaria, sí; reforma del MEDE también, porque es necesario (mejor dicho, era necesario) cerrar las vías de cualquier amago de crisis bancaria, identificada como el mal que es prioritario conjurar.

Pero eso, como bien saben en Bruselas y Fráncfort, es espuma. Está bien disponer de instrumentos para curar una crisis bancaria, por supuesto; pero tan necesario o más es conocer el estado real de las entidades financieras nacionales; las alemanas, ejemplo, o las italianas. Ni siquiera una convulsión tan grave como el Brexit o un amago de conflicto com el italiano han enraizado en el núcleo duro del euro (Alemania y países satélites) la convicción de que es necesario, casi obligado, avanzar por la vía de pactar más instrumentos económicos comunes. El Presupuesto europeo es una de esas iniciativas que mantendría la ilusión de que la Unión progresa adecuadamente por el camino correcto.

Y luego están los aurobonos. ¿De verdad se puede construirun espacio económico común sin mutualización recíproca de los riesgos? ¿La ideade una protección social y financiera europea es coherente con la negación delos avales mutuos mientras se favorecen los flujos financieros desde el Surhacia el Norte (Alemania, otra vez)? ¿O estamos manteniendo la ficción de unaunidad europea en una sola velocidad mientras que en la práctica hay dosvelocidades y una de ellas es la que impone el ritmo a la segunda?

Y lo mas insatisfactorio es que la supuesta preocupación por la estabilidad financiera tiene más de declaración de intenciones que de un control efectivo y real de los cumplimientos de los países con los compromisos pactados. Ahí está el caso de la economía española para demostrar esa negligencia real. Entre 2012 y 2018 incumplió sistemáticamente el ajuste del déficit mientras crecía deaforadamente la deuda; toda la rebaja nominal del déficit, como bien tenían que saber en Bruselas, se ha debido en los últimos cinco años al crecimiento económico, es decir, al ciclo.

Ahí está el caso de la economía española para demostrar esa negligencia real. Entre 2012 y 2018 incumplió sistemáticamente el ajuste del déficit mientras crecía deaforadamente la deuda; toda la rebaja nominal del déficit, como bien tenían que saber en Bruselas, se ha debido en los últimos cinco años al crecimiento económico, es decir, al ciclo.

Fuente: El País

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