Por: Jesús -Belén- de la Cruz
Director
Aunque parecía una tendencia que no detendría su curso ascendente por todos estos años, la corriente del “Socialismo del Siglo XXI”, que tomó fuerza a partir de que el presidente Hugo Chávez la anunció y promovió en su histórico discurso pronunciado en el marco del V Foro Social Mundial, el 30 de enero de 2005, y que ya una década anterior el sociólogo alemán Heinz Dieterich -1996- la había definido de manera conceptual; hoy, de forma inesperada, estos postulados de política social controlada están perdiendo fuerza con la abrumadora avalancha de gobiernos “nacionalistas”, que rompiendo todos los paradigmas sociales, los pronósticos y resultados de encuestas diversas han ido creciendo como verdolaga en América Latina.
Este modelo “socialista” de nuevo cuño nada tiene que ver con la forma de gobierno socialista que a partir de los principios ideológicos y políticos preconizados por Carlos Marx, Federico Engels y Mao Tse Tung, se planteaba redimir a los pobres del mundo y romper con el status quo imperante en aquella época capitaneado por los Estados Unidos y sus aliados de Europa.
El socialismo original se basaba en la búsqueda de la igualdad social, económica y cultural como condición imprescindible para la diversidad individual y el progreso social de los pueblos del mundo. Más adelante, los socialistas democráticos fundamentaban su doctrina en los principios de la libertad, la igualdad, la solidaridad y la independencia; sin embargo, los del “Socialismo del Siglo XXI” nada tienen que ver con estas premisas marxistas-leninistas.
Estas tal vez sean las razones básicas y fundamentales por las que muchos improvisados en la política, salidos como genios de la lámpara de Aladino, hacedores de opinión pública o militares renegados enganchados a socialistas, salvo algunas excepciones que omitimos señalar en este análisis, han cosechado un total fracaso en sus experimentos populistas que han querido vender ante sus electores como “Socialismo del Siglo XXI”.
Sin embargo, y está a la vista de todos, una peligrosa corriente nacionalista ha venido tomando fuerza en el mundo y se va desarrollando como un alud que cada día toma más fuerza ante los ciudadanos de sus respectivos países.
Los tres colosos de América, EE.UU., México y Brasil, con una población que ronda los 660 millones de habitantes, han quedado entrampados por gobernantes cuya propuesta de campaña fue el “nacionalismo”. Donald Trump, Andrés L. Obrador y Jair Bolsonaro representan el anti análisis de la política tradicional americana. Discursos vacios, discriminación racial, lenguajes ofensivos contras las etnias, canalladas políticas y un nacional-fascismo rancio, han sido sus cartas de presentación ante los electores. Por estas experiencias de culto a la espontaneidad absoluta se espera que en muchos laboratorios del mundo se estén ensamblando decenas de “mequetrefes” enganchados a políticos para lanzarlos al ruedo electoral con este mismo discurso de “todo por el nacionalismo”.
En la actualidad, la geopolítica del continente americano nos plantea una nueva jugada de ajedrez que al parecer, por los piropos entre sus líderes, la dominarán Donald Trump y su socio-vecino, Andrés L. Obrador. Jair Bolsonaro desde Brasil, quien llegó al gobierno como un aborto de las malas prácticas de justicia política, se espera sea su soporte desde la gran nación sudamericana.
El soberbio Donald Trump ha dicho que hará grandes cosas con su nuevo vecino. Mientras que López Obrador ha reiterado que no tiene la intensión de confrontarse con su vecino del Norte. Solo nos basta ver el comportamiento de ambos gobernantes frente a los medios de comunicación tradicionales, sus manejos anti-agenda, sus improvisaciones, sus reiterados errores políticos y sus metidas de patas permanentes para saber el gran peligro que cierne sobre América Latina y el mundo con estos dos turpenes populistas como presidentes.
