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Cooperar en pie de igualdad

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Una sociedad en la que las mujeres sustituyen a los hombres en su lugar privilegiado se aleja de los ideales democráticos de justicia e igualdad que defienden la mayor parte de corrientes feministas.

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La crítica feminista es cada vez más sofisticada y su acervo analítico aumenta conforme se recuperan valiosos textos del pasado y más y más mujeres y hombres reflexionan sobre la infinidad de formas que toma la desigualdad de género en el modelo heteropatriarcal. En su ambiciosa recopilación de manifiestos feministas de todo el mundo desde el siglo XVII (NYU Press, 2018), Penny A. Weiss constata cómo colectivos feministas tan dispares en el tiempo y el espacio como las mujeres del Tercer Estado francés a finales del siglo XVIII, las panarabistas de los años treinta o las estadounidenses Riot Grrrls en los noventa coinciden en muchas de sus reivindicaciones. Estas abarcan desde la reproducción y la crianza hasta la violencia sexual, pasando por el empleo y las oportunidades educativas de las mujeres. Sus textos comparten, asimismo, el uso de un lenguaje vehemente para hacerse oír a la par que un fuerte compromiso democrático y social y, a menudo, ecologista. Pero cabe preguntarse ¿qué ideales o referentes alternativos al patriarcado y qué estrategias para sustituir una sociedad basada en el privilegio masculino subyacen a la crítica feminista? ¿Dominar a los hombres? ¿Aislarse de ellos y crear comunidades en las que solo vivan mujeres? ¿Cooperar con los varones en la construcción de una sociedad alternativa? ¿Liberar al individuo de las constricciones de su sexo y abolir el género?

La mayoría de expertos coincide en que, en la actualidad, no existe ninguna sociedad matriarcal stricto sensu, esto es, una sociedad en la que las mujeres ocupen el lugar central o preeminente en la estructura política, social y económica. Existen sociedades matrilineales, si bien, algunos autores discuten el carácter matriarcal de la sociedad de los minangkabau en Indonesia, por ejemplo, donde las hijas heredan tanto el nombre como las propiedades de su madre. Tampoco se conocen casos históricos. Según la evidencia arqueológica más reciente, el mítico reino de las amazonas que tanto espantaba a los griegos parece haberse inspirado en la existencia de mujeres guerreras en las tribus sármatas procedentes de la estepa euroasiática.

Sea por la ausencia de referentes reales o merced a una historiografía que se ha encargado de silenciar el protagonismo de las mujeres, el concepto de matriarcado no tiene un significado unívoco para el feminismo y no necesariamente se entiende como sinónimo de dominación o preeminencia sobre los varones. En su acepción más amplia se refiere a toda sociedad que no sea patriarcal.

Y es que una sociedad en la que las mujeres simplemente sustituyen a los hombres en su lugar privilegiado se aleja de los ideales democráticos, de justicia e igualdad que defienden la mayor parte de corrientes feministas. Tampoco resuelve los problemas estructurales de desigualdad social y destrucción del medio ambiente asociados al capitalismo, indesligable del patriarcado. Pero es innegable que la imagen de un patriarcado invertido resulta una ficción revulsiva: ellas, liderando la mayoría de Gobiernos del mundo y disfrutando de los beneficios del poder; ellos, cuidando niños en parques y guarderías y recibiendo nulo o escaso reconocimiento por ello.

No existe ninguna sociedad en la que las mujeres ocupen el lugar central en la estructura política, social y económica.

Ya a principios del siglo XIV, en La ciudad de las damas, Christine de Pizan imaginó una fortaleza hecha de mujeres notables para aislarse y defenderse de los insultos de sus coetáneos varones. Esta noción defensiva permea las womyn’s lands (tierras de mujeres) que surgieron en Estados Unidos a finales del siglo XIX y en las que se refugiaban, sobre todo, mujeres lesbianas, iniciando una tradición que pervive en comunas contemporáneas como WomanShare. Solo asociándose entre ellas, las mujeres “pueden formar el sistema de autodefensa necesario para enfrentar las instituciones existentes dominadas por los hombres”, explican las fundadoras de las comunas de mujeres surgidas en la región de Rojava en Siria en la última década. Ya sea como solución definitiva al patriarcado —partiendo de cierto pesimismo antropológico en cuanto a la posibilidad de construir una sociedad igualitaria mano a mano con los hombres— o como fase necesaria en la transición hacia una sociedad no patriarcal, la idea de separarse y autoorganizarse es esencial al movimiento feminista. Horizontalidad, reciprocidad y autosustentabilidad son algunos de los principios sobre los que se fundan este tipo de comunidades.

Al mismo tiempo, estudios antropológicos recientes indican que “la igualdad entre los sexos pudo ser una ventaja para la supervivencia [de los homínidos] y tuvo un papel importante en la conformación y el desarrollo de la sociedad humana”. A diferencia de otros primates como los chimpancés que viven en sociedades jerárquicas, dominadas por machos agresivos, y plegadas sobre sí mismas, la relación igualitaria y cooperativa de nuestros ancestros cazadores-recolectores admitía una exposición e intercambio mayores con otros grupos de humanos, explica el antropólogo Mark Dyble. Ello permitía la transmisión de conocimiento y nuevas herramientas, y evitaba, asimismo, la endogamia. Desde esta perspectiva evolucionista, ambos sexos deberían tener el mismo interés en volver a cooperar en pie de igualdad, pues, situar a las mujeres en una posición secundaria o establecer una jerarquía de actividades en función del sexo habría sido un paso atrás; un prolongado desperdicio de inteligencia y talento para toda la especie.

La tecnología puede liberar a los individuos de las constricciones que les impone nacer con uno u otro sexo.

Las corrientes feministas más vanguardistas como el xenofeminismo buscan alternativas al patriarcado más allá de la historia natural y no comparten el anhelo de otras como el ecofeminismo de regresar a una vida próxima a los dictados de la naturaleza. “Cualquiera que haya sido considerado antinatural [léase, LGTB, discapacitado, etcétera], cualquiera que haya experimentado injusticias cometidas en nombre del orden natural, se dará cuenta de que la glorificación de la naturaleza no tiene nada que ofrecer”. Autoras como Helen Hester enfatizan la dimensión artificial del ser humano y plantean un uso estratégico de la tecnología para liberar a los individuos de las constricciones naturales que les impone nacer con uno u otro sexo. Heredero del ciberfeminismo, el xenofeminismo considera el potencial de la Red para diluir el género en tanto categoría binaria, permitiendo una multiplicidad de identidades versátiles. Al mismo tiempo, llama a recuperar la idea de emancipación universal. Imagina, así, a un individuo posidentitario, comprometido políticamente en el ámbito global.

Siendo tan solo una selección de posibilidades, cada una de estas visiones o estrategias ofrece elementos —imágenes, teorías, prácticas— necesarios para un debate público sobre qué alternativa al patriarcado estamos tratando de construir. Es un debate que ya se está produciendo en los círculos feministas, pero que convendría extender al conjunto de la opinión pública. Se ha logrado un amplio consenso social en torno al diagnóstico crítico de la sociedad patriarcal y la inadmisibilidad de la discriminación contra las mujeres. Ahora toca abordar y debatir la estructura concreta, la dimensión práctica, de la sociedad que sustituirá al patriarcado.

Fuente: El País/Olivia Muñoz

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