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Alarmas sociales

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La alarma social es un despertador de las mentes que consiste en hacer sonar una campana para provocar una reacción emocional. Sería un elemento natural en nuestras vidas si no se hubiera convertido en el arma de manipulación ideológica más relevante. Si uno se detiene a observar atentamente el funcionamiento de los mecanismos de alarma social descubre que es manejado como una lupa de aumento que escondiera de manera caprichosa fragmentos de la imagen completa para aumentar detalles interesados. Lo apreciamos en los discursos más exaltados. La emigración es retratada como la más peligrosa amenaza a las sociedades del bienestar. Se destaca la dificultad de acceso, presentando vallas inexpugnables, controles militarizados y escollos naturales de diversa índole que los inmigrantes logran, pese a todo, vencer. La sensación que provoca este modelo narrativo es la de inducir en los ciudadanos una idea de desprotección, un deseo de ponerse a salvo. La realidad es muy distinta. El mayor número de emigrantes ilegales acceden por fronteras convencionales en vuelos comerciales. Son explotados por mafias nacionales que se enriquecen gracias a la infraestructura de limbos laborales alegales interiorizados sin trauma por la sociedad del bienestar: el más naturalizado de todos es el de la prostitución y la trata de mujeres.

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La segunda narrativa de alarma social fija su lupa sobre el crimen. En lugar de presentar datos científicos, exacerba detalles que benefician un discurso enfermo. Así, las mujeres asesinadas lo son a manos de extranjeros, nunca de locales. La nacionalidad del criminal es potenciada si se trata de personas de origen distinto al nuestro, pero es eliminada como rastro definitorio si el culpable es de casa. Así, nadie se plantea como rasgo decisivo el origen de los integrantes de La Manada, el Rey del Cachopo, los padres de Asunta, el asesino de Diana Quer o José Bretón. Ni siquiera reparan en que más del 60% de los homicidios en España se cometen en el ámbito familiar, motivo por el cual sería más razonable que hubiera alarma social contra las relaciones sentimentales que contra otras expresiones sociales mucho menos dañinas. Pero la alarma social utilizada como método de manipulación emocional es de una eficacia espeluznante.

La lista es larga, pues no faltan agravios comparativos en todos los ámbitos, del sanitario al escolar. Se considera atentar contra los símbolos patrios faltar al respeto a la bandera, sin embargo, no entran dentro de ese radar las defraudaciones al fisco, la corrupción en instituciones ni los perjuicios intencionados a los servicios públicos. Ofende que se pite el himno nacional en un partido de fútbol, pero no ofende pitar el himno de Inglaterra cuando viene a jugar contra España en Sevilla. Entre las más grotescas alarmas sociales prefabricadas está la confección de una estampa de inseguridad colectiva en el tiempo más pacífico que ha conocido nuestro país en toda su historia. Toda ficción eficaz se asienta sobre rasgos verosímiles. En la semana de la campaña de ventas conocida como Black Friday fueron asaltados varios millones de tarjetas de crédito por vía de las grandes comercializadoras. El delito masivo se solventa de manera íntima, cada usuario debe reemplazar su tarjeta de crédito y pagar por ello. No existe alarma, pues no hay amenaza física y el entorno virtual sigue parapetado tras una imagen de paraíso acogedor. La calle es mala, la Red es buena. Sufre solo por lo que yo quiero que sufras.

Fuente: El País/ David Trueba

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